La ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo, fue la gran capital de la cultura tolteca, una de las más esplendorosas que habitaron el Altiplano Central de México durante el periodo Posclásico, (900-1521 d.C) que vivió su momento de mayor esplendor entre los años 900 y 1000 d. C.
Y testigos de su historia son los Atlantes de Tula, cuatro impresionantes figuras antropomorfas, -algo que tiene aspecto o forma humana- y se encuentran sobre la Pirámide B, en la zona arqueológica del mismo nombre.
Las cuatro asombrosas figuras son representaciones de Quetzalcóatl como Estrella de la Mañana y miden 4.6 metros de altura. Son una muestra tangible de la majestuosidad de la cultura tolteca.
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Están hechos completamente de bloques de basalto. Cada uno cuenta con las siguientes características:
Las esculturas fueron manufacturadas y armadas mediante la técnica de caja y espiga. Estuvieron decorados con diversos pigmentos, pues la piel descubierta del personaje aún conserva pigmento rojo.
Jorge Acosta fue el arqueólogo que halló en los años cuarenta a estos colosos al interior de un pozo de saqueo prehispánico ubicado en la parte superior del edificio.
Si bien la función principal de los atlantes fue meramente arquitectónica, es factible que también hayan tenido una función simbólica e identitaria, mostrando al guerrero real e imaginario de los antiguos toltecas.
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