El tamal de chipilín simboliza la riqueza gastronómica de Chiapas y Tabasco.
El tamal de chipilín simboliza la riqueza gastronómica de Chiapas y Tabasco. Su sabor proviene de una hierba aromática que crece en ambientes cálidos y que, al mezclarse con masa de maíz, crea un perfil herbal distintivo.
Esta receta ancestral acompaña celebraciones, ferias locales y reuniones familiares en toda la región. La preparación inicia con masa de maíz nixtamalizado, manteca de cerdo y caldo de pollo. A esta base se le añaden hojas frescas de chipilín, lavadas y deshojadas.
La mezcla se envuelve en hojas de plátano previamente pasadas por el fuego. El resultado se cuece al vapor durante una hora, tiempo suficiente para que los aromas anuncien un platillo reconfortante.
En su interior, el tamal de chipilín puede llevar queso chiapaneco, pollo o cerdo desmenuzado. Se acompaña con salsa roja o verde, según la costumbre familiar. El chipilín, además de culinario, tiene valor medicinal: ayuda a aliviar malestares digestivos y fortalece el sistema inmune. Las comunidades locales conservan este saber como parte de su herencia viva.
Históricamente, el tamal de chipilín surge del mestizaje entre técnicas indígenas y la influencia colonial. Su existencia atraviesa generaciones que han sabido mantener su esencia en las cocinas y mesas del sureste. Hoy, tanto cocineras tradicionales como chefs lo incluyen en sus propuestas como una forma de honrar la identidad regional.
Saborear un tamal de chipilín es conectar con el legado cultural de quienes preservan sus ingredientes, sus formas y su espíritu colectivo.
Y para acompañar tu atole de nalga, ¿qué tal unos tamales de pedo?
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